Al finalizar cada curso escolar, los profesores nos juntamos y hacemos un análisis del año valorando lo que los niños han aprendido y sobre todo, cómo los hemos encontrado a nivel emocional y personal. Llegamos a la conclusión de que en la actualidad, llevamos un ritmo frenético de difícil asimilación para cualquier habitante del planeta, pero mucho menos para estas pequeñas mentes inquietas en proceso de crecimiento y desarrollo. Esta agitación y estrés que sufrimos los padres, lo trasmitimos irremediablemente a nuestros hijos generando en ellos falta de concentración, dispersión a la hora de realizar tareas, baja autoestima... No sólo nosotros tenemos la culpa de lo que les pasa, existen otros factores como las nuevas tecnologías o la televisión, que sin darnos cuenta, les trasmite aspectos de la vida que todavía no están preparados para encajar.